El señor de Todo el Infierno se regocijó cuando el resto de sus hijos aparecieron uno por uno con sus respectivas familias delante de sus oscuros y hambrientos ojos. Todos estaban reunidos de nuevo, la Familia Imperial del Infierno, los demonios más fuertes de la existencia se encontraban en un solo lugar emanando una increíble cantidad de energía que cualquier Virtud se hubiera incinerado con respirar el viciado aire, postrándose ante sus pies…
… y hablando de eso
- ¿Dónde quedaron los modales? – murmuró con el cejo fruncido y una apretada línea entre sus labios, claramente disgustado ante la falta de etiqueta en una reunión tan importante. Dispuesto a enseñarles a todos una lección de modales, alzó un dedo y cambió el campo gravitacional alrededor del semicírculo de sus hijos y sus nietos varones, de esta manera un pesado muro invisible cayó sobre sus espaldas obligándolos a caer arrodillados en el suelo con la cabeza hacia abajo. La fuerza era tal que, si no empleaban sus manos y rodillas para apoyarse en el suelo, terminarían aplastados como insectos en el pulcro mármol. Las excepciones a aquella descomunal fuerza gravitacional eran las demonizas, a quienes únicamente les había obligado a inclinar ligeramente la espalda y agachar la cabeza – Mucho mejor – sonrió, retirando su mano pero sin levantar el hechizo. Los sometería por un rato más para su total disfrute y satisfacción, como lo hacía cuando eran pequeños, aprovechándose de esa situación para comenzar con su exhaustiva evaluación.
En un extremo estaba Memphis quien al último segundo logró descruzar sus pies para caer apoyado en sus rodillas y evitar ser aplastado, como muchas otras veces en el pasado, el General estaba visiblemente cansado ya que sus manos temblaban con fuerza en el suelo, teniendo dificultad para soportar tal peso sobre su espalda. Con claridad se podía escuchar la pesada respiración que movía la orilla de la capucha y sus mechones rojizos, mientras que gordas gotas de sudor caían sobre las grietas de las lozas y se perdían entre las entrañas de la tierra. Al escuchar las agudas exclamaciones a sus espaldas, supo de inmediato que su padre no dejaría en paz a su familia.
Tomado por sorpresa, el pequeño cuerpo de Orión cayó con fuerza al suelo siendo duramente aplastado por el pesado muro gravitacional, su cabeza rebotó en el suelo y de inmediato un fino río de sangre comenzó a brotar a la altura de la ceja, manchando el mármol con gotas de sangre y perladas lágrimas que descendían con abundancia por el redondito y sonrojado rostro. A su lado, Rea gritó y se arrodilló, juntando todas sus fuerzas para intentar levantar a su pesado hermanito del suelo, ambos llorando y gritando por su padre para que les ayude.
Los largos dedos de Memphis se clavaron en la loza mientras los sollozos de sus hijos le taladraban el tímpano, sus ojos desorbitados no sabían en qué fijarse mientras que su cuerpo seguía temblando de furia. Juntando la poca fuerza que le quedaba, intentó levantarse apoyando un pie sobre el suelo para impulsarse. Necesitaba salvar a sus hijos, necesitaba salvarlos a cualquier costo…
… Necesitaba salvar a su familia… necesitaba salvarlos sin importar nada. Poco a poco lograba vencer el poder de su padre sobre él, la determinación era lo único que impulsaba su cuerpo vacío de energía hacia arriba con el propósito de voltearse hacia sus hijos e invocar a Titán y Leviatán para que se los llevaran lejos.
- Iluso – murmuró Lucifer, aumentando la fuerza alrededor de su hijo mayor ocasionando que regresara a su posición y el suelo alrededor de él se resquebrajara.
El patriarca de la familia se había detenido delante de Memphis, observando con poco interés el sufrimiento de sus nietos, quienes seguían llorando por su padre con desesperación. Lucifer no había pensado que el campo tomaría desprevenido al más pequeño, no quería hacerle daño de manera deliberada pero sus hijos a esa edad tan temprana ya eran bastante poderosos. Eso era un indicador más de la mala calidad en el entrenamiento de sus descendientes que tendría que remediar. Sin inmutarse, levantó el campo alrededor de los dos pequeños, permitiéndole a Rea socorrer debidamente al menor, quien se afianzó a ella como si su vida dependiera de ello.
- Débiles, probablemente es la sangre de su segundo padre – se burló con una retorcida sonrisa viendo de reojo la nuca de Memphis. Sin perder el aire burlesco, avanzó unos cuantos pasos hacia Cyril, la hija reencarnada y su pareja, el Comandante de Avaricia quien se encontraba arrodillado en el suelo junto a ella. Con el movimiento de su mano detuvo el hechizo de gravitación sobre la mujer, liberándola de su sometimiento para evaluarla con detenimiento.
Físicamente recordaba bastante a su padre, con el cabello rojizo y ondeante como fuego; sin embargo, esos ojos que rugían eran los de su madre Kai, Comandante difunta de Ira. Recordaba muy bien a esa mujer, salvajemente bella con la férrea determinación de una digna guerrera, la tenía en muy alta estima hasta que se unió con el demonio de la Pereza. Para Lucifer, quien creía en la pureza demoniaca, era una aberración la mezcla de batallones ya que la herencia de un Pecado se contaminaba y su esencia pura disminuía. Cyril era un claro ejemplo de ello, su madre era de Ira y su padre de Pereza, dentro de ella yacía dos esencias completamente diferentes, opuestas, y ahora se había unido a un demonio de la Avaricia, por lo que sus hijos nacerían con tres esencias, y los hijos de sus hijos podrían tener cuatro… y así hasta perder la línea de poderes que dividen a los Pecados y por lo tanto a todo el Infierno.
Ante tal pensamiento, Lucifer arrugó ligeramente la nariz sin quitarle los ojos de encima a la mujer. Era una aberración, una aberración que la mayoría de sus hijos había cometido. Sin importarle que el demonio al lado de Cyril se agitara con molestia, alargó una mano y tocó con la punta de su dedo el dorado león, explorando en solo un instante su vida pasada, desde su primer nacimiento como Erina hasta su integración por completo después de la muerte de Mikaell. La marca emitía un brillo tornasol mientras le mostraba a Lucifer las vidas y sufrimientos de sus dos dueñas.
Al finalizar, alejó su mano y la marca regresó a su brillo dorado natural. En las elegantes y maduras facciones del mayor se podía ver un gesto de desprecio ante el desagradable olor angelical que todavía no lograba deshacerse la muchacha debido a su corto tiempo como demonio. Para Lucifer, el olor más desagradable que podía existir era aquel que emitían naturalmente los ángeles, aquel angelical olor a Lavanda y Hierbabuena. Por muchos siglos él convivió con en ese olor… y pasaron otros siglos para que pudiera deshacerse de ese que rodeaba todo su antiguo cuerpo. Sin emitir palabra alguna se retiró, dejando atrás a un inquieto Nova quien luchaba por liberarse del hechizo, angustiado por lo que la marca en su propio rostro le había mostrado. El león había servido como un proyector por lo que, aquello que se había mostrado frente a los ojos de Lucifer, también se había mostrado delante de él.
- Cyril… - susurró aún sin poder levantar la cabeza, buscando algo más que los bordes de la capa y las largas piernas de la mujer.
Mientras tanto, Lucifer caminó hacia su siguiente hijo, el Segundo General quien también tenía dificultades para someterse a la voluntad de su padre. Jared era la Soberbia personificada, no se arrodillaba ante nadie y siempre aplastaba a cualquiera que estuviera por debajo de él, incluso tenía dificultades para someterse ante la voluntad de su padre… aunque siempre terminaba haciéndolo, justo como ahora. Sonriente, se detuvo delante de él percatándose de que era uno de los pocos que había conseguido levantar ligeramente la cabeza, clavando su mirada hacia el frente en lugar del suelo. Ese era su orgulloso hijo, uno de sus favoritos… sin embargo, ahora había hecho cosas que no eran de su total favoritismo.
Sus ojos recorrieron a las tres hermosas rosas que se paraban orgullosas detrás de él. Dos de ellas idénticas en aspecto, aunque diferentes en esencia. Mientras una emitía una energía parecida a la de su hijo, la otra emitía una energía parecida a Feyrir… junto con aquel fuerte y desagradable olor a Lavanda. Arrugando el entrecejo, clavó su mirada en el pequeño y plano vientre de la menor, percibiendo la bola de energía negra y blanca que crecía y se desarrollaba entre sus entrañas.
- Bastante decepcionado – musitó lo bastante fuerte como para que le llegara a los oídos de Jared. Una de ellas podía ser lo suficientemente digna para heredera el trono de Orgullo, la otra no. Con una última mirada hacia las gemelas, deslizó sus ojos hacia Rose quien se encontraba al lado del rubio. Mutando su expresión a una más pícara, liberó a la mujer del hechizo para observarla con más detenimiento.
Tenía que darles crédito a sus hijos, en cuestión del atractivo todos habían escogido parejas placenteras al ojo demoniaco. Tenían un gusto exquisito en cuanto a amantes y parejas. Por el momento había tomado de vuelta a Derek como su juguete sexual pero tal vez, más adelante, alguno o alguna otra pareja de sus hijos se podría volver su próximo juguete, todos tenían potencial para volverse un lindo objeto de deseo y placer.
Rose tenía suaves curvas que formaban un delicado cuerpo, las vaporosas telas que lo cubrían le hacían poca justicia a lo que sabía se encontraba bajo de ellas. Su cabello castaño emitía un agradable olor a flores, tal vez rosas y otras más silvestres. Alrededor de ella se podía percibir un aura de inocencia permeado con una arrebatadora lujuria… ligeramente parecido al Derek que retozaba y gemía de placer bajo las embestidas de su verdadero cuerpo. Son querer evitarlo, las comisuras de sus labios se alzaron para formar una burlesca sonrisa, sin apartar la mirada de los ojos de la mujer
- ¿Sólo dos hijas, Jared? Si yo tuviera a mi lado a esa hermosa demoniza, seguramente ya habría repoblado a todo el infierno para reemplazar a todos mis inútiles hijos – ensanchó su sonrisa y se acercó hacia ella, levantado el hechizo de gravitación de Jared únicamente alrededor de su cuello para que pudiera presenciar con sus ojos lo que estaba a punto de hacer – Eres una mujer bastante fértil – murmuró cerca del rostro de Rose, sujetándola delicadamente por la barbilla – Seguramente mi hijo es el inútil... ¿No quieres tener hijos míos? – se burló abriendo más los ojos hasta que hubieran adoptado un sólido color negro. Sin esperar respuesta, se apoderó de los labios de la mujer de un solo movimiento, dominando con suma facilidad la esencia de la menor.
Tal como hizo con Cyril, su verdadero objetivo era explorar la vida de Rose hasta ahora como pareja de su hijo y madre de sus futuras herederas. En un instante pudo recorrer los cientos de años de la vida de Rose, atrayendo su atención la especial conexión que compartió con Nova por cierta cantidad de tiempo. El Águila tatuada en la espalda de la mujer brilló de un cálido tornasol al igual como había hecho el León de Cyril, compartiendo aquellos recuerdos con Jared cuyos ojos habían adoptado el mismo color tornasol y se sumergía en los recuerdos más trágicos y pasionales de la mujer...
… hasta que lo vio.
Sonriente, Lucifer creyó que aquello era suficiente y se separó de ella, no sin antes morder el labio inferior de la mujer hasta dejarlo enrojecido y lanzarle una lejana mirada a Nova. Brillando de satisfacción, se acercó a Jared quien no podía controlar el temblor de rabia que sacudía su cuerpo, sus ojos que habían vuelto a su dorado habitual lo veían con rencor y odio.
“¡Sí! ¡Ódienme mis hijos! ¡Ódienme! El odio es el principal motor de los demonios” pensó para sí mismo mientras su sonrisa se retorcía bajo la mirada de su segundo hijo.
- Pobre hijo mío, te compadezco – y nada le dolía más a la Soberbia que la lástima. Ahí bajo sus ojos, poco a poco sus hijos se romperían y los formaría en mejores demonios, más poderosos, motivados por el odio y el rencor dispuestos a tragarse el mundo entero. Esos eran los verdaderos demonios. Con una palmada en la espada que paralizó el cuerpo del rubio, Lucifer siguió su camino… el trabajo lo había hecho sin proponérselo...
…porque ahí, entre los recuerdos de su querida rosa estaba la traición que había cometido al yacer por última vez con Nova, siendo ya pareja de él.
Sin dejar de sonreír, el Señor del Infierno caminó hacia Aleksandre, el Tercer General, su hijo más fuerte físicamente y más alto que todos. Podía sentir su excitación por la guerra, por la sangre, ahí en lo más profundo de Ira descansaba esa insaciable sed… y él le daría de beber, le daría todo un Oasis para saciarse. Se detuvo delante de él y clavó su curiosa mirada en el hombre rubio arrodillado en un estado avanzado de embarazo. Se percató de que el muchacho tenía cierta dificultad para equilibrar su abultado vientre y que éste no sufriera daño por el campo gravitacional. La posición en sí era bastante incómoda pero aquello no parecía más que frustrarlo e irritarlo, sin encontrar nada de dificultad el aguantar la fuerza del campo… sin duda era poderoso.
Al igual que con Rose, liberó a Nine del campo gravitacional, indicándole con un dedo que se pusiera de pie para observarlo mejor. Aún irritado, el rubio obedeció a regañadientes, sabía que aquel era el Señor del Infierno y Padre de los Pecados Originales, pero le irritaba de sobre manera recibir órdenes de quien fuera. Con el cejo fruncido, se incorporó para someterse al escrutinio del mayor, tratando de ignorarlo pero sin parecer muy irrespetuoso, a diferencia de Shurik quien sólo lo amenazaba, estaba seguro que Lucifer no dudaría en evaporarlo; además de que esa mirada lo perturbaba, había algo retorcido en aquel ser que le ponía nervioso, no era el mismo Señor del Infierno que antes… había algo más oscuro. Sin percatarse, apoyó una mano en su abultado vientre, sintiendo a su pequeño retorciéndose entre sus entrañas.
Mientras tanto, Lucifer deslizaba sus dedos por el alto y delgado cuerpo del menor, deteniéndose ante la capa roja que lo catalogaba como demonio médico. Sin duda debía tener un decente nivel de energía para poder controlar la magia de sanación siendo un demonio impulsivo de la Ira. Algunos mechones rubios caían sobre unos ojos azules como el hielo y vibrantes, llenos de vida y picardía que a Lucifer se les antojo verlos en sufrimiento, un color tan bonito oscurecidos por el dolor.
- Vaya, vaya Sassha… nada mal, mejor que todos tus hermanos – sus ojos brillaron con orgullo al liberar el campo gravitacional del cuello de su hijo, al igual que con Jared – Tu pareja es un buen recipiente de poder y pronto tendrás un heredero – a pesar de sus palabras de aliento, había un tono sutil indicando que Nine era únicamente un objeto para sus medios, al igual que el resto de las parejas – Mm… pero le falta algo… una cicatriz
El médico nunca lo vio venir, únicamente sintió unos fuertes dedos enredándose con brusquedad entre sus suaves hebras doradas y después un intenso dolor en su cuello. En ese instante, todo su cuerpo se paralizó, no podía retroceder ni alejarse de la fuente del ataque, tenía al mismo Señor del Infierno afianzado con sus largos y afilados colmillos a su cuello, la saliva que escapaba de sus labios parecía ácido corrosivo que quemaba la piel a su paso. Los cerúleos ojos se oscurecieron con un intenso dolor mientras la Hydra en su espalda brillaba de la misma manera que las otras marcas, Lucifer estaba invadiendo su mente con fuerza y agresividad, arrancando sus recuerdos como un infante arranca las hojas de un libro… y así como llegó, el dolor desapareció, dejándolo jadeante y apenas en pie con la piel de su cuello quemado y dos grandes incisiones que no sanarían nunca.
Con los ojos encendidos de rabia pero con el miedo de enfrentar a Lucifer paralizando su cuerpo, el médico únicamente pudo retroceder un paso sujetando la parte afectada para retener la sangre que brotaba. Frente a él, el mayor le devolvía la mirada con un gesto inescrutable mientras un fino hilo de su carmesí sangre rodaba por su barbilla.
- Jum… igual que Aleksandre – los negros ojos se deslizaron hacia el vientre el cual estaba rodeado por un vapor de ácido corrosivo que poco a poco avanzaba hacia Lucifer. En ese momento Nine se percató de que había una pequeña ampolla en la mano de éste, probablemente provocada por el vapor – Es fuerte desde el vientre – murmuró con el primer gesto de seriedad en la reunión. Al pequeño no le gustó que agrediera a su “madre” – Excelente – sin más, se volteó para dejar atrás a un jadeante y adolorido Nine que no dejaba de acariciar su vientre, el cual seguía rodeado de un ácido que no le hacía daño.
Continuando con su recorrido, sus pasos se escucharon por todo el salón hasta que se volvieron a detener frente a su Cuarto General, uno de sus hijos descarriados que necesitaba disciplina. Aunque nunca fue abierto al respecto, Feyrir fue uno de sus hijos predilectos con un enorme potencial por explotar, desde pequeño lo entrenó en los placeres carnales, haciéndolo perfecto para el papel de la Lujuria. Era un buen soldado con un encanto hechizante como su madre; sin embargo, todo cambió cuando su primogénito fue concebido, su potencial como General disminuyó y la Lujuria decayó… o al menos así lo percibió. Por esa razón mandó a matar a su primer nieto, acción que lo llevó a su tercera derrota en toda su historia. Bueno, nunca lo admitiría en voz alta, pero aquella operación fue precipitada por su coraje hacia la imprudencia de su hijo, ahora podía ver que aquel niño había crecido para ser un buen heredero… aunque eso lo juzgaría más adelante.
Detrás de Feyrir, se encontraba la Primera Princesa de Lujuria, una encantadora niña con un aire orgulloso aunque carecía de poder especial por lo que podía percibir. Sus ojos se encontraban distraídos, fijos en algún punto que no podía ver mientras sus pequeñas manos se cruzaban sobre su pecho con nerviosismo. Por un momento, Lucifer la observó creyendo ver un brillo sin igual en esos profundos pozos carmesíes; sin embargo, después de poco tiempo perdió el interés y saltó su vista hacia Aki, quien se encontraba arrodillado con el cabello rubio cayendo como cascada hacia el suelo. Detrás de él, muy en el fondo junto al trono Real, la mujer con grandes orejas de zorro emitió un leve ronroneo de placer, al parecer aquel muchacho le parecía placentero a la vista.
- ¿Sólo dos Feyrir? – repitió las mismas palabras que con Soberbia – Eres la Lujuria...y aún así sólo has podido engendrar dos hijos… qué decepción – largó un suspiro para después sonreír mostrando sus afilados colmillos – ¿Ni teniendo a alguien de Orgullo a tu lado? –
Con un movimiento de su mano cambió el campo gravitacional alrededor de Yami, quien pasó de sentir su cuerpo pesado como roca, a ligero como una pluma.
- ¿Qué…? – exclamó el bicolor al sentir su cuerpo levitar en el aire, sus rodillas se habían despegado del suelo y sus dedos se agitaban en el aire en un tonto intento por afianzarse al suelo. No sabía qué estaba pasando, sólo sabía que estaba flotando a pocos centímetros del suelo en una posición semi encogida. Sabiendo que aquello era producto de nadie más que de Lucifer, alzó su carmesí mirada para encontrar a éste peligrosamente cerca de su cuerpo, tanto que podía sentir su cálido aliento barriendo algunos mechones bicolores. Intentó resistirse pero su cuerpo se volvió laxo cuando el otro lo tomó bruscamente del cabello y las caderas, atrayendo sus labios hacia los suyos.
Los dedos de Lucifer quemaban la piel de su espalda baja, dejando una perfecta impresión de su palma mientras le robaba un fogoso beso que lo estaba llevando al borde del placer. Odiaba sentirse así, sentía que el mayor no sólo estaba violando su cuerpo sino también su mente al recorrer los innumerables recuerdos que habitaban dentro de su cabeza. Sin misericordia husmeaba por todos lados, poniendo especial énfasis en el momento cuando Feyrir le arrancó la marca y le borró la memoria, reviviendo varias veces el dolor que sintió después de enterarse que pasó años, separado de su familia por culpa de la locura de Memphis. La cicatriz nunca había sanado del todo y ahora emitía el brillo tornasol junto con su marca de fénix. Su naturaleza orgullosa, le permitió resistirse por unos segundos al beso, enardeciendo aún más el deseo del Señor del Infierno quien clavó las uñas en la espalda y el cuero cabelludo del bicolor. Yami sintió el beso como si fuera una tortura eterna, aunque hubieran pasado pocos segundos. En un instante, Lucifer se separó de él y lo dejó caer con pesadez a un lado del rubio, a quien había liberado del hechizo gravitacional al igual que sus otros tres hermanos, únicamente el cuelo para que presenciaran lo que le hacía a sus parejas sin poder hacer nada.
El bicolor apenas se podía apoyar en el suelo, sus brazos temblaban mientras su cabello caía como una cascada de ébano sobre su cuerpo. La cara la tenía enrojecida y había luchado con todo su ser para no gemir de placer dentro de ese beso. Maldición. Pensó con humillación y odio al sentirse indefenso y violado de la peor manera para él, la mental.
- Pensé que te había enseñado todo sobre el placer… veo que me equivoqué. Tu pareja disfrutaría más entre mis piernas – añadió con sorna para continuar hacia su siguiente hijo. El Quinto General.
Miros no podía ver lo que estaba pasando, la cabeza la tenía tan agachada que únicamente podía ver dos grietas del mármol. Sólo podía escuchar murmullos y los ocasionales comentarios sarcásticos de su padre, acompañados de algún gruñido por parte de sus hermanos. Al parecer algo les estaba haciendo a las parejas, algo que alteraba a sus hermanos… mil mierdas. Odiaba sentirse tan indefenso, quería pararse, quería sacar de ahí a su familia, no quería que Yuna y Loki sufrieran los mismos tratos que él sufrió en su infancia. Ni siquiera podía acudir a Nova, el pobre hombre luchaba su propia batalla para evitar caer ante el campo. Por momentos se removía para tratar de recobrar un poco el control de su cuerpo, mover aunque sea una mano para invocar alguna técnica, el campo solo evitaba que movieran su cuerpo pero no les extraía la energía, por lo que podían emplear cualquier tipo de magia. Sólo necesitaría recobrar el movimiento de una mano para sacar a todos de ahí…
… ¿A costa de qué? De nada serviría, su padre tenía tal poder que únicamente los regresaría con el tronar de sus dedos en un instante. Por más veces que lo quisiera, nunca iba a superar el poder de su padre… aquel poder infinito y tan oscuro como el abismo mismo, un poder tan increíble… un poder que codiciaba.
- De todos… tú has cometido la mayor falta
Sus ojos se abrieron de par en par. Su padre se encontraba parado exactamente frente a él, podía ver las puntas relucientes de sus zapatos, tan cerca de su rostro que solo faltaban unos centímetros para terminar besándole los pies, sus cabellos violetas se arremolinaban alrededor de éstos, incluso algunas hebras se encontraban atrapadas bajo las pulcras suelas. Maldiciendo una vez más, empuñó sus manos mientras su cuerpo temblaba y su garganta se secaba, acción que siempre ocurría cuando se encontraba cerca de alguien con una acumulación de poder mayor que la suya… algo muy extraño tomando en cuenta que se trataba de un Pecado Original.
- Un híbrido – Lucifer escupió con rabia mientras arrugaba la nariz ante el fuerte hedor que despedía la parte angelical de Loki. Un híbrido pisando el sagrado suelo de su castillo, un híbrido luciendo una marca de Pecado… un híbrido como heredero al trono ¿Cuándo se hubiera escuchado de eso? Sin borrar aquel gesto de su rostro, elevó una mano para aniquilar de una vez por todas al ser que mancillaba su suelo. Sin embargo, un pequeño jalón en su pantalón lo detuvo.
- Padre… espera – de alguna manera Miros había conseguido reunir toda su energía para levantar la mano y afianzar el pantalón de su padre. Haría todo lo posible por salvar a su hijo, era suyo, suyo y de Yuna, de nadie más. Enredando aún más los dedos en la fábrica, elevó con dificultad el rostro clavando sus ojos resplandecientes de negro en su padre – Prueba su poder – resopló, sintiendo que su padre aumentaba la fuerza del campo alrededor de él; sin embargo, su determinación fue tal que ni aquello lo hizo retroceder.
- Prueba su poder…– sus palabras atrajeron la atención de su padre quien bajó la mano lentamente. Por un instante el Señor del Infierno titubeó, sintiendo un ápice de lástima por el hijo que suplicaba por la vida de su ser querido.
- Siempre he odiado ese sentimentalismo tuyo – escupió, sumergiendo en lo más profundo de su ser aquella luz que brilló por un instante. Con despreció volvió a alzar la mano, pero la voz de su hijo lo detuvo de nuevo
- Si no es digno, entonces mátanos a los dos… ahí tienes un digno heredero – cabeceó hacia el vientre de Yuna, en la cual crecía un hijo legítimo de Miros – Es pequeño… y manejable – odiaba usar esas palabras, pero sabía lo que su padre quería, sabía qué cosas decir para despertar su parte negociadora y avara – Si resulta ser digno, entonces ganarás a un fuerte guerrero…
Y tal y como predijo el peli violeta, su padre cayó redondo ante tan tentadora propuesta. Bajó su mano una vez más y sonrió con sadismo.
- De acuerdo – para sellar el trato, redujo la fuerza extra que había aumentado en el campo, ocasionando que Miros exhalara un suspiro de alivio – Tienes suerte mocoso – se dirigió por un segundo a Loki para después deslizar su mirada hacia Yuna… a la que más codiciaba por su historia. Estaba bastante interesado en saber cómo un híbrido había terminado como heredero a un trono, que se ocultaba detrás de ese misterio… su garganta se secó ante la sed que le invadió por conocer todo lo relacionado con la familia de Avaricia.
Los ojos de ébano se deslizaron por la mujer, deteniéndose en los brazos cubiertos de escarcha y el hermoso cabello de un negro carbón enredado en una trenza que casi caía hasta el suelo. La mujer era bastante hermosa, una princesa del hielo con aquellos ojos grisáceos que cambiaban de color como el hielo. Incluso la marca de dragón resaltaba de una magnética manera en su blanca piel. Sonriendo, se acercó a la mujer y la tomó de la cintura, procediendo de la misma manera que con las anteriores parejas. Con sus labios se tocaron, rápidamente fue transportada a un mundo que él conocía bastante bien… el Cielo.
Poco a poco fue viajando por los recuerdos de la mujer, siendo con la que más duró en toda su evaluación. Aprendió del sistema de los ángeles, de las Virtudes, de su descenso, del nacimiento de Loki… todo… todo lo referente con el nuevo sistema angelical… y aún quería saber más. Ahora entendía la razón por la cual Miros estaba enloquecido por aquella mujer, porque era el objeto de su avaricia… sin embargo, su expedición no llegó más lejos cuando lo sacudió una fuerte descarga de energía. Intrigado, se apartó violentamente de ella, clavando su oscura mirada en el culpable de tan fuerte ataque…
…el hijo no nacido de Miros. El bebé desde el vientre tenía tal fuerza que había rodeado a su madre por completo en una jaula de rayos violetas, protegiéndola de toda agresión. Aquel infante estaba heredando la voluntad de su padre. Era perfecto y poderoso.
- Excelente – con el dorso de su mano se limpió la comisura de sus labios ya que en sus ansias, se había mordido una de sus comisuras. Sin borrar su sonrisa se dirigió hacia sus dos hijos restantes, dejando a un rabiante Avaricia detrás de él.
Con su Sexto General fue rápido, el muchacho no tenía a nadie, ni siquiera un prospecto como Febe. Estaba completamente solo.
- Busca a alguien en los próximo meses, de lo contrario yo te impondré una pareja – sentenció para después seguir de largo hacia su Séptima y última General.
Con la pareja de Febe procedió de la misma manera que con Nine, siendo más corta su evaluación ya que la relación que tenían era superficial. Dejó al hombre con un sangrante cuello y una quemadura de piel. Satisfecho con lo que había encontrado, regresó hacia su trono con un suave andar.
- Muy bien, ahora procedamos con los herederos en una batalla de coliseo – sonrió con manía mientras elevaba sus manos y levantaba finalmente el campo gravitacional del salón.